El sanador herido

¿𝐐𝐮𝐞́ 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐝𝐞 𝐭𝐢 𝐬𝐞 𝐚𝐟𝐞𝐫𝐫𝐚 𝐚𝐥 𝐫𝐨𝐥 𝐝𝐞 𝐬𝐚𝐧𝐚𝐝𝐨𝐫 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐧𝐨 𝐦𝐢𝐫𝐚𝐫 𝐞𝐥 𝐯𝐚𝐜𝐢́𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐡𝐚𝐲 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐲𝐚 𝐧𝐨 𝐡𝐚𝐲 𝐧𝐚𝐝𝐢𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐚𝐧𝐚𝐫?

¿𝐐𝐮𝐞́ 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐝𝐞 𝐭𝐢 𝐬𝐞 𝐚𝐟𝐞𝐫𝐫𝐚 𝐚𝐥 𝐫𝐨𝐥 𝐝𝐞 𝐬𝐚𝐧𝐚𝐝𝐨𝐫 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐧𝐨 𝐦𝐢𝐫𝐚𝐫 𝐞𝐥 𝐯𝐚𝐜𝐢́𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐡𝐚𝐲 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐲𝐚 𝐧𝐨 𝐡𝐚𝐲 𝐧𝐚𝐝𝐢𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐚𝐧𝐚𝐫?

Esa pregunta le atravesaba. Porque sabía exactamente qué parte de sí era.

Era la parte que aprendió a valorarse por lo que ofrecía. Que descubrió, muy temprano, que si aliviaba el dolor del otro, se ganaba un lugar. Que si sostenía, era visto. Que si comprendía, no sería abandonado.

El sanador en él no había nacido solo del amor. Había nacido también del miedo. Del miedo a no tener identidad si no era útil. A no saber quién era cuando ya no había una historia que contener, una herida que acompañar, una emoción ajena que traducir.

Cuando no había nadie que sanar… quedaba el eco de esa pregunta: ¿y ahora quién eres tú?
Y en ese silencio… aparecía el vacío. No como algo oscuro, sino como algo que desarmaba todas sus narrativas.

A veces se aferraba al rol porque ahí encontraba estructura. Propósito. Pero lo sabía: si lo usaba para no mirar ese vacío, lo convertía en un disfraz.
Y él ya no quería más disfraces.

Así que estaba bajando las manos.
Dejando que el sanador también descansara. Que no tuviera que justificar su existencia curando nada.

Y cuando ese vacío aparecía… se quedaba. Se dejaba mirar por él.
Porque quizás ahí , en el lugar donde ya no había nadie que sanar,
empezaba a revelarse lo que verdaderamente era.